abril 18, 2024

Cimavilla, el pueblo que vive en la ciudad | Blog Paco Nadal

Cimavilla, el pueblo que vive en la ciudad |  Blog Paco Nadal

Alfonso Menéndez Granda es arqueólogo y conoce los subterráneos de Cimavilla como la palma de su mano, no en vano los lleva años cavando en busca de su pasado romano. Mientras vamos al balneario de Campos Valdés, me cuenta sus experiencias como camarero en el barrio: “Hace 30 o 40 años esto era totalmente diferente a como lo vemos ahora. Al sur estaban los barcos rotos, había enormes montañas de chatarra y ratas como gatos, algo terrible. Recuerdo el puerto de niño, todavía con barcos de pesca (hoy es el puerto deportivo). De hecho, la Plaza del Marqués por la que pasamos ahora se llamaba Plaza de la Barquera, porque aquí los pescadores sacaban sus barcas del agua. Nuestros padres nos prohibieron subir a Cimavilla, pero nos pasábamos los días acurrucados allí, tocando la batería, entre los arbustos; pero por la noche disparamos. En ese momento no era un lugar recomendable. Hoy todo ha cambiado, el Municipio ha hecho un gran esfuerzo y ahora es el barrio de moda y de ocio nocturno ”.

Las termas romanas de Campo Valdés son uno de los hitos turísticos de Cimavilla y de todo Gijón. Alfonso me cuenta que datan del siglo III, que siempre se han conocido pero que no se excavaron y mejoraron hasta la década de los noventa. Fue un complejo de salutem para aquam enorme para una ciudad perdida en el extremo noroeste del imperio, lo que revela que la ubicación debe haber sido de alguna importancia en esa Hispania romanizada. Se aprecian todos los elementos de un baño público romano, la frigidarium los Templario los caldario, saunas y vestuarios … Hay espacios, como el hipocausto, con un grado de conservación único entre este tipo de edificaciones. La musealización de las termas supuso que Gijón se enfrentara a la otra mitad durante mucho tiempo. Resulta que los restos aparecieron justo frente a la iglesia de San Pedro, en medio del malecón de San Lorenzo. Con un clima como el de Gijón, dejar en el aire un sitio como este era una locura porque duraría dos informativos. Entonces se decidió cubrirlo con un edificio de hormigón. Pero el proyecto cubrió la vista de la iglesia y Don Bonifacio, el párroco, organizó tal campaña de hostigamiento -con la inestimable ayuda de la oposición política en el ayuntamiento- que dividió la ciudad. Al final lo consiguió: la mitad del solar tiene el techo tan bajo que hay que visitarlo agachado. Los humildes restos romanos que sobrevivieron ocultos durante dos milenios, cuando salieron a la superficie tuvieron que resignarse y decir que “hemos conocido a la iglesia”.




La península de Cimavilla divide las dos bahías de Gijón.

Geográficamente, Cimavilla también es especial: ocupa un espolón rocoso en forma de península redondeada entre las dos bahías de Gijón, Poniente y San Lorenzo. Cimavilla sigue viviendo rodeada de mar, pero ya no es el barrio de pescadores. Aunque sus calles todavía tienen esa pátina humilde de un barrio antiguo, no muy aburguesado, es la zona de vida nocturna de gente muy diferente. Sus plazas, no más grandes que una cancha de tenis, están repletas de bares, restaurantes y terrazas, también proliferaron como hongos por la covid. Famosos restaurantes con pescados y mariscos sublimes como Los Caracoles o El Planeta. Otros más elegantes, como Casa Zabala. Sidrerías históricas como El Veleru o El Centenario; baretos raídos con carteles deportivos amarillentos donde todavía se refugian compatriotas de toda la vida. O coctelerías míticas como La Plaza, en la Plaza de Cimavilla, el ombligo del barrio, donde se refugiaba el Xixón Sound, movimiento musical indie de los noventa -versión asturiana de la escena madrileña-, del que se refugiaban grupos como el Vengan australianos Bionda, Penélope o Trip o Manta Ray.

Todo esto me lo cuenta alguien que lo vivió en primera línea, Nacho Álvarez, el dueño del bar La Plaza, exbajista de Manta Ray. Apoyado en la barra de su club, es la expresión viva de que los viejos rockeros nunca mueren y, a pesar de tener canas, todavía tiene proyectos musicales en marcha: «Fueron años de mucha creatividad, significó abrir fronteras, poner a Gijón en el mapa». . Hoy en día hay personas mayores que hacen cosas de mayor calidad quizás que nosotros entonces, pero de menor importancia. Muchas cosas han quedado de ese movimiento y aunque no hay tantos bares musicales como entonces, todavía puedes hacer un buen viaje escuchando buena música ”.

Mural con la foto de Ángela, 'La Prina', en la esquina de las calles Eladio Verde y Atocha.


Mural con la foto de Ángela, ‘La Prina’, en la esquina de las calles Eladio Verde y Atocha.

Cimavilla son ante todo sus personajes. En la Casa del Chino está la Asociación de Vecinos que preside Sergio Álvarez. Lo cual se llama así porque Chaoyo Wey, el primer ciudadano de la República Popular China que apareció en Asturias, vivió allí en la década de 1930. Era una rareza Chaoyo Wey, un marciano que cayó del cielo en la pequeña localidad e industrial de Gijón en la primera mitad del siglo XX. Pero se mimetizó muy bien con el campesino de Cimavilla. Era un obras de teatro con ojos almendrados. Se casó con una asturiana, la dejó viuda, se casó con otra, abrió el primer restaurante chino al norte del puerto de Pajares en esta casa y aún le sobraba tiempo para fabricar linternas de papel que vendió a un mayorista de Madrid y que tienen un mucho que ver con la costumbre de los vecinos de decorar las calles del barrio con similares faroles, muñecos de papel maché y adornos de todo tipo durante las fiestas.

En la Casa del Chino me encuentro con Ana González Ferrero, Anina, quien lidera un proyecto para recuperar la memoria del barrio. La gente dona fotos, películas en celuloide, diapositivas… que ella digitaliza y documenta para que no se pierda la memoria de Cimavilla. Muchos de estos personajes han regresado al barrio gracias a las fotos a tamaño real que su proyecto La casa de la memoria golpea las paredes del barrio. Así es como conozco a Angela La Prina, una pescadora de los años 50 con más carácter que un sargento húsar. a Concha La hermosa y su hijo, Alberto Rambal, un personaje querido en el barrio porque durante el día siempre ayudaba y cuidaba a los más desfavorecidos y por la noche se transformaba en los cabarets de Marifé de Triana, dando rienda suelta a su verdadera personalidad gracias al refugio que este barrio sin ley le ofrecía en unos pocos años en los que la ley de vagabundos y estafadores incluía a los homosexuales. También me veo cara a cara con Anselma La Churrera, con Lola La Mulata, con Charo El mono… Pescadoras de la calle Atocha que siempre han sido conocidas por su apodo, ya que así era y sigue siendo la vida en el barrio.

Cuesta del Cholo, uno de los pasajes emblemáticos de Cimavilla.


Cuesta del Cholo, uno de los pasajes emblemáticos de Cimavilla.

Durante la semana que paso en Cimavilla conozco a muchas otras personas especiales. Camina con la escritora Pilar Sánchez Vicente en busca de los ángulos por los que se mueven los personajes de sus novelas. Mujeres errantes o Hija de las mareas, en su mayoría pasan por Cimavilla. Ramón Alvargonzález me muestra la casa solariega de una poderosa familia cuyas raíces se remontan a la parte noble del barrio durante siete generaciones. Visito la ciudad natal de Gaspar de Jovellanos, el gran escritor ilustrado y político que quiso modernizar este país y que también era vecino del barrio.

Pero mejor que seguir hablándote de Cimavilla, da un paseo por el barrio, mejor al atardecer, cuando el pulso se recupera, habla con la gente, bebe culino en una sidrería. Descubrirás un pueblo muy pequeño enclavado en medio de una gran ciudad como Gijón.