La situación estratégica global de la guerra entre Israel y Hamás es por el debilitamiento geopolítico de EE.UU., consecuencia directa de su crisis política doméstica, en la que a su fractura cultural y social, se suma la pavorosa incapacidad cognitiva y de acción del presidente Joe Biden.
El resultado es que este es el momento de mayor polarización y enfrentamiento de la historia norteamericana desde la Guerra Civil de 1861/1865.
En el viaje del presidente Joe Biden a Israel – el jueves siguiente al letal ataque de Hamás del 7 de octubre -, se había previsto una reunión entre el líder norteamericano y sus aliados de la región – el presidente al-Sisi de Egipto y el Rey Abdullah de Jordania, entre otros -; y de pronto, después del bombardeo al hospital de la Franja de Gaza que ocasionó más de 500 muertos, los hombres que le deben todo a EE.UU. cancelaron unilateralmente la entrevista.
El 7 de octubre Hamás le infligió una tremenda derrota estratégica al Estado de Israel, al tomar de sorpresa a su sistema de inteligencia. Y por eso Israel perdió su capacidad de disuasión, no solo frente a Hamás, sino en toda la región.
Ese día Hamás atacó en forma coordinada 22 localidades del territorio israelí, y le provocó más de 1.400 muertos a su población civil, además de secuestrar 200 israelíes y extranjeros a los que internó en la Franja de Gaza.
Esta situación no le deja a Israel otra alternativa que reconstruir su capacidad disuasoria, destruyendo a Hamás en su reducto de la Franja de Gaza.
Hay algo todavía más grave; y es que el asalto de Hamás ha quebrado el pacto de seguridad – y por lo tanto de obediencia – entre el Estado de Israel y el pueblo israelí.
La audacia de Hamás y de Irán, que es su mentor estratégico, sería inconcebible sin el debilitamiento geopolítico monumental de EE.UU.
Lo que sucede en el mundo actualmente es que EE.UU. ha dejado de ser la potencia dominante del sistema global; y la consecuencia es que ahora emerge de manera caótica en medio de las crisis y de las guerras un nuevo sistema multipolar, que es la regla geopolítica evidente del siglo XXI; y en donde los países asiáticos – China e India en primer lugar – asumen crecientemente un carácter decisivo.
Para fortuna de EE.UU., China, la otra superpotencia global, no busca dominar al mundo, y no tiene interés en suplantar la hegemonía norteamericana.
El dato central de China en el siglo XXI es que tiene 5.000 años de historia; y que en todo este periodo ha ocupado un lugar central en el sistema mundial de su época, con la excepción de los últimos 200 años, que fueron de humillación y de fragmentación interna, lo que concluyó definitivamente al proclamar Mao Tse Tung la República Popular en 1949.
Lo que quiere China ahora es ser poderosa, y ocupar un papel central en el sistema global del siglo XXI.
Por eso hay que tomar al pie de la letra lo que dice Hegel en sus “Lecciones de la historia de la filosofía”: “los 5.000 años de historia del Imperio Celeste no están en el pasado, sino en el presente”.
Por eso la visión global de China es “confuciana” antes que marxista: aspira a ejercer un papel mundial sobre la base del pleno despliegue de su enorme potencial interno; y aspira a ser reconocida internacionalmente por sus realizaciones, sobre la premisa – este es su signo inequívocamente Imperial – de que el prestigio es la base del poder político, tanto adentro como afuera de su frontera.
Las dos superpotencias tienen ahora una situación cada vez más conflictiva, donde toda la ofensiva corresponde a EE.UU. Esto se debe a que el poder combinado norteamericano (científico/tecnológico/económico/innovación/militar/estratégico) es muy superior en el momento actual.
Pero la ofensiva norteamericana, plena de incesantes provocaciones, tiene lugar en un sistema global absolutamente integrado por la revolución de la técnica, que es la digitalización, solo que ahora híper potenciada por el boom de la Inteligencia artificial.
“El mundo apunta a las síntesis y a la fusión. Ha llegado la hora de un orden planetario, cuya principal tarea política es la subordinación de la técnica a las fuerzas divinas y humanas”, dice Ernst Jünger.
En estas condiciones, un cambio marginal del sistema de poder norteamericano, por ejemplo el creciente vacío de poder en Washington, puede hacer que los acontecimientos se desplieguen por sí mismos con consecuencias catastróficas, como sería un choque bélico directo entre EE.UU. e Irán, en una región profundamente movilizada contra Israel y su aliado norteamericano.
En este momento no solo no hay un orden mundial que permita encontrar una salida política a la guerra entre Israel y Hamás, sino que tampoco existe un principio pactado que sirva para fundarlo.
Hay que agregar que la volatilidad del mundo actual tiene una raíz tecnológica, que es la Inteligencia artificial guiada por el principio de instantaneidad, que es la tecnología fundamental de la época.
El pensamiento estratégico es un esfuerzo sistemático de simplificación, guiado por la regla que distingue lo esencial de lo accesorio, y se preocupa solo de lo esencial.
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