abril 18, 2024

El hipnótico doble juego de Tilda Swinton

LA OPINIÓN DEL “MUNDO” – NO SE LO PIERDA

Hace un año, los espectadores descubrieron el cine de Joanna Hogg como se abre un álbum, con la intimidad El recuerdo. Parte I y Parte II (2022). En este díptico, la directora y fotógrafa, nacida en Londres en 1960, repasa su vida como estudiante y su eclosión como artista. La veinteañera Julie (Honor Swinton Byrne) sufre por la desestabilizadora relación que tiene con su amante. Su madre (Tilda Swinton), una dama de elegancia tan británico, aparece como un refugio: Julie viene a dejar las maletas con sus padres, mientras se reconstruye y reproduce una y otra vez su historia, que hará de material para su primera película.

Sin ser una tercera parte de Recuerdo, Hija Eterna, sexto largometraje de Joanna Hogg, al que el Centre Pompidou de París acaba de dedicar una retrospectiva, propulsa, treinta años después, a Julie y su madre. Pero, aquí, los dos personajes los encarna Tilda Swinton: se trata de una idea de la actriz, amiga de la infancia de Joanna Hogg, que agarró la pelota al salto, incursionando el cineasta en este vertiginoso terreno e incluye creativo.

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Escenario engañosamente rutinario

Así que aquí está Julie, cincuentona y de mirada amable, y su madre Rosalind, de pelo canoso dentado, con el mismo vestido verde botella que en El recuerdo. Las dos mujeres pasaron unos días en un hotel perdido en la campiña inglesa, parecido a una mansión, donde Rosalind vivió en el pasado. Julie prepara una película sobre su madre, graba discretamente sus conversaciones en su teléfono inteligente, mientras se siente un poco culpable.

La historia se complica a medida que la actuación de Tilda Swinton, combinada con la edición, sugiere otros espacios-tiempos y deja entrar fantasmas.

Por la noche, las ventanas dan un portazo, Julie apenas duerme. Sus andanzas por los corredores verdeazulados convocan Brillante (1980), de Kubrick, pero es en la forma en que estamos atrapados hija eterna, película de dos personajes y un solo cuerpo, rodada en 16 milímetros. Dentro Falsos pretextos (1988), la historia de los gemelos interpretados por Jeremy Irons, David Cronenberg había utilizado efectos especiales para incrustar el tándem en la pantalla. Joanna Hogg filma alternativamente a la hija ya la madre, en una sucesión de planos, contraplanos. Una idea que, de entrada, introduce misterio en el escenario, falsamente rutinario.

Rosalind y Julie hablan, comen, la madre se traga las pastillas, la hija se cuida mucho, sale a pasear al perro, etc. La cámara pasa de una a otra, y el espectador, al no ver nunca a las dos mujeres ocupando juntas la misma habitación –salvo durante un plano furtivo, donde Rosalind aparece un poco borrosa– puede inventar historias. Existe este plan mágico, donde el rostro de la recepcionista (Carly-Sophia Davies) se refleja en su espejo de bolsillo, como para espiar a Julie. La historia se complica a medida que la actuación de Tilda Swinton, combinada con la edición, sugiere otros espacios-tiempos y deja entrar fantasmas.

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