“Los sprints pueden sucederse, pero no necesariamente se parecen”, advierte el director del Tour de Francia, Christian Prudhomme. Tras una sesión llana, el viernes, entre Mont-de-Marsan (Landas) y Burdeos, se sitúa, el sábado 8 de julio, en una octava etapa con perfil irregular. En el menú del día para el pelotón: 201 kilómetros de recorrido entre Libourne (Gironda) y Limoges (Alto Vienne).
Después de un calentamiento y un sprint intermedio en el kilómetro 79, los corredores tendrán mucho que hacer en las últimas setenta terminales, donde se sucederán las tres ascensiones enumeradas: la Côte de Champs-Romain (2,8 km a 5, 2 %, 3mi categoría), la costa de Masmont (1,3 km al 5,5%, 4mi categoría) y finalmente la costa de Condat-sur-Vienne (1,2 km al 5,4%, 4mi categorías). «Donde Limoges puede deparar sorpresas, el final de la jornada estará bastante abierto a los velocistas más explosivos, capaces de subir unas escaleras cortas pero difíciles para ganar la final»resume el patrón de la prueba.
Desde la capital de la porcelana -que ya ha aparecido quince veces en el mapa de la Grande Boucle-, los seguidores recuerdan a Lance Armstrong cruzando la línea del 18mi etapa de la edición de 1995, con los dedos apuntando al cielo en homenaje a su compañero de equipo italiano Fabio Casartelli, fallecido unos días antes en el descenso de Portet-d’Aspet (Alto Garona). Ese año, el tejano aún no era aspirante al maillot amarillo, superviviente de cáncer o incluso corredor condenado por dopaje…
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