abril 20, 2024

El Salvador: El pequeño dictador | Opinión

El Salvador: El pequeño dictador |  Opinión
El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, el pasado mes de febrero.STANLEY ESTRADA / AFP

América Latina es una tierra fértil en gestación de caudillos, dictadores y charlatanes que deslumbran con catecismos autoritarios y son aclamados por mayorías confiadas y creyentes. Perón, Getulio Vargas o Fidel Castro, en el siglo XX, y Hugo Chávez, en el XXI, fueron hombres-estados quien prometió emancipación y justicia a cambio de adhesión y obediencia. La captura de los contrapesos institucionales fue el primer objetivo de estos dirigentes temerarios y carismáticos, elevados a la categoría de los padres de la patria por sus idólatras.

El Salvador acaba de dar a luz una subespecie de los regímenes personalistas que gozan de la legitimidad de las urnas para combatir la corrupción y las pandillas, incluso si deben socavar el estado de derecho, degradado por los líderes de la derecha ARENA y la izquierda. Ala Farabundo Frente Martí. La esposa del presidente Nayib bukele estaba extasiado con el ballet y El cascanueces de Tchaikovsky, mientras el dictador centroamericano patea la división de poderes. El pueblo y la administración pública consienten a sus alcaldes y el maltrato de las garantías constitucionales: otro lamentable retroceso cultural en una región inscrita en el cesarismo, la banalización de los derechos y el debilitamiento de la democracia.

La complacencia social con el presidente tuiteante no parece radicar en la jovialidad de su visera invertida, ni en los planteamientos políticos y económicos, sino en los resultados de los compromisos denunciados con las pandillas para reducir las estadísticas de asesinatos, extorsiones y secuestros. Los decretazos y subyugación de la Corte Suprema y la Fiscalía General de la República son detenidos por ciudadanos atrofiados en una cultura democrática si sirven para colgar a los delincuentes de la hoguera principal.

Una nación de seis millones y medio de habitantes desgarrada por seis décadas de violencia insurreccional y guerra civil está condenada al declive de los valores ciudadanos y a la consolidación del despotismo si no logra reducir la marginación y la pobreza o integrar a la banda de 40.000 .miembros desplegados en la mayoría de los municipios, con cientos de miles de cómplices entre colaboradores y familiares. Las pandillas están determinando el futuro nacional habiendo, durante años, configurando una especie de bloque electoral que coacciona a candidatos y votantes y recibe fondos para distribuirlos en sus barrios.

El crimen organizado se impuso como interlocutor encubierto del Estado cuando no podía ser derrotado; sucedió en Colombia, México y otros países. La incapacidad del Estado salvadoreño para resolver la inseguridad, la corrupción y las causas de la emigración masiva ha provocado la profanación militar del Congreso, centros de detención ilegales, camarillas oligárquicas, hostigamiento de la prensa y desconocimiento de los Acuerdos de paz. Y lo peor: el silencio de la mayoría ante el ridículo de los alevines del sátrapa en el enfrentamiento, imperativo en el Estado de derecho.