marzo 29, 2024

Elecciones en Perú: … Y cien años después | Opinión

Elecciones en Perú: ... Y cien años después |  Opinión
Candidatos en las elecciones presidenciales de Perú: Pedro Castillo y Keiko Fujimori, el 17 de mayo.Paolo Aguilar / EFE

El clima de tensión es alto hoy en Perú. Está creando una campaña feroz y bien financiada, de cara a la votación del 6 de junio entre Pedro Castillo y Keiko Fujimori, en una de las elecciones presidenciales con las perspectivas más oscuras de la región.

¿Existe una agresión «comunista» en Perú o el riesgo de que el «comunismo» gane las elecciones como se predijo en esa campaña? No. Hay un proceso electoral complicado, sí, pero no es lo mismo que condiciones catastróficas o una «Corea del Norte-América del Sur» ad portas. Tres factores, que se retroalimentan, marcan las grandes tendencias sociales y políticas contemporáneas en el Perú y en gran parte de América Latina. Tienen grandes similitudes con lo que sucedió hace casi 100 años, con el grieta de 1929 y sus efectos en el mundo y la región con los grandes cambios políticos y sociales que produjeron.

Primero, el agotamiento del llamado «modelo económico» y la generalización de la demanda de cambio. Un modelo que ha producido crecimiento desde hace algunos años, pero que no ha estado a la altura en cuanto a redistribución y atención a los derechos de la población a la salud pública y la educación de calidad.

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La campana con el grito de «¡Cambio!» Resuena desde octubre de 2019 en Chile con las protestas que han allanado el camino a los cambios políticos que ya se están produciendo en ese país; caras nuevas en la política y la perspectiva de una izquierda fortalecida después de la cual el mundo no se desmorone. Las recientes protestas en Colombia, por su parte, marcan el aparente agotamiento de los partidos políticos dominantes y el posible surgimiento de una fuerza de izquierda.

Con diferentes características, la carta de Castillo en el proceso electoral encarna, para la mayoría de sus posibles votantes, el cambio; por otro lado su contrincante Fujimori que no alzó esa bandera sino mensajes que la gente ve como continuidad.

En segundo lugar, en Perú, la crisis política permanente y sostenida desde 2016, bajo el impulso crucial de la mayoría parlamentaria liderada por la actual candidata presidencial Keiko Fujimori: cuatro presidentes, dos congresos, ministros censurados sin motivo, etc. En este contexto de convulsión, cayó la pandemia.

La votación en la primera vuelta (11 de abril) expresó el descontento general de todos los sectores políticos. Los dos primeros (Castillo y Fujimori) alcanzaron, en total, apenas el 30% de los votos emitidos. Al poner cosas así, la sociedad tiene que elegir entre estas dos opciones. En esto Fujimori tiene un gigantesco «anti-voto» de más del 50%, tanto por la encarnación de la continuidad, pero sobre todo por lo que fue la corrupción y el abuso durante el gobierno de su padre (cuya gestión dice ser ejemplar) y por su desempeño político desde que ignoró el triunfo de Kuczynski en 2016.

En tercer lugar, la pandemia y sus enormes efectos sociales y económicos. Factor clave en la generalización del descontento y la movilización social no solo en el Perú. La región transporta el 35% de los fallecidos al planeta, con solo el 8% de su población. Ha retrocedido a niveles de pobreza que se esperaba que desaparecieran: un fuerte aumento del desempleo, la pobreza y el rápido empobrecimiento de los sectores precarios de la clase media.

Varias similitudes con los efectos de la Gran Depresión de 1929-1931. Si en la Europa de entonces se abría el imparable ascenso del fascismo y el nazismo en varios países, en algunos otros países que no cayeron (Gran Bretaña) se prohibió el liberalismo económico, se impuso el proteccionismo y se priorizaron las consideraciones sociales.

La inestabilidad en nuestra región ha sido grande. En doce países latinoamericanos, el gobierno cambió inesperadamente en 1930-31. Muchos gobiernos se han distanciado de una opción «correcta» y han apuntado a cambiar algunas cosas en respuesta a las necesidades de la sociedad. Comenzando, entre otros ejemplos, con Roosevelt y el «New Deal», Lázaro Cárdenas en México, la fugaz «república socialista» de Marmaduke Grove (Chile), el fin de la república oligárquica con Getulio Vargas (Brasil) y la asunción Liberales en Colombia después de 30 años de gobierno conservador. En el Perú se expresó en los grandes movimientos sociales y sindicales y en la incursión aluvial del APRA, que en ese momento se convirtió en el más sólido de los partidos reformistas.

Entonces cuando lo que pasa en el himno electoral del Perú hoy, está el trasfondo de lo que aquí se resume. En un proceso que no está aislado y en el que la noción de «cambio» juega un papel fundamental.

Dos conclusiones, para todo lo anterior:

Primero: no estamos en esta votación ante un enfrentamiento entre dos grandes canales o corrientes de partido o acción política. Por un lado, desafían a un candidato con un enorme anti-voto y que lleva a los tribunales un pasado largo y cuestionado y graves cargos penales. Por otro lado, el Castillo, prácticamente desconocido para muchos hasta hace unas semanas, que puede traer consigo una ideología o un plan de acción, que genera miedos en algunos, mal definidos y con algunas contradicciones e inexactitudes importantes. Viene de la «izquierda», pero también del signo contrario en temas como los derechos de la mujer, las minorías sexuales o el aborto. Pero, sobre todo, es él quien sin duda encarna la creciente -mayoría- demanda de cambio.

Dos: está más allá de la lógica y la correspondencia con la realidad ver las elecciones del 6 de junio como el «día decisivo» en un supuesto compromiso «comunismo» / democracia. Es una estupidez. Si Castillo gana, la gente no solo no votaría por esa opción, sino que incluso si el nuevo presidente lo quisiera, no tendría una mayoría en el Congreso para dar tal salto. Ante un término que sería esquivo, su principal preocupación, tal vez, en esta hipotética situación sería cómo sobrevivir y cómo gestionar la pandemia.

En el escenario de una eventual victoria de Castillo, como han mostrado las encuestas hasta el momento, los observadores internacionales ya están preocupados por las actuales presiones y agravios del sector «keikista» contra los organismos electorales. Muy serio e infundado en el caso de instituciones y profesionales respetados, pero, curiosamente, quieren deslegitimarlos ahora mismo con argumentos no muy serios. ¿Firmar que el resultado sería desconocido si Castillo gana? Esto abriría un canal crítico de caos y confrontación.

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