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El Salvador es uno de los estados que mejor representa los procesos de erosión democrática ocurridos en América Latina. Es un fenómeno caracterizado por la concentración de poder (generalmente en líderes populistas), la restricción de las libertades, la reducción de los derechos humanos a meras garantías formales, la cooptación de instituciones para ponerlas al servicio de un proyecto político o del gobierno. eliminación de quienes resisten perdiendo su autonomía e independencia. Este proceso, que comienza con fenómenos de constitucionalismo abusivo y degenera en regímenes autoritarios, se caracteriza por su lentitud e imperceptibilidad. Estas dos características hacen que cada uno de sus avances no sea visto en sí mismo como altamente antidemocrático. Sin embargo, cada paso es solo un eslabón en un proceso más amplio y consolidado de destrucción de los cimientos del sistema democrático.
Esto es exactamente lo que sucedió en El Salvador bajo el gobierno de Nayib Bukele. Antes de la pandemia, el presidente de ese país lideró el asalto militar a las instalaciones de la Asamblea Legislativa como mecanismo para intimidar al Parlamento que se oponía a sus políticas. Durante la fase más fuerte de la pandemia provocada por el COVID-19, Bukele aprovechó el riesgo de contagio tanto para adoptar restricciones desproporcionadas a los derechos humanos como para abusar de la figura de los estados de excepción. El mandatario incluso apeló a expresiones con fuertes connotaciones represivas cuando ordenó a las Fuerzas Armadas doblar las muñecas de quienes no cumplieran con las medidas de confinamiento decretadas por el Gobierno. Después de la pandemia, se llevaron a cabo elecciones parlamentarias disputadas, lo que dio al partido gobernante (Nuevas Ideas) la mayoría absoluta dentro de la legislatura.
En este contexto, en El Salvador (como en Brasil) el Poder Judicial actuó como un mecanismo para contener los procesos de erosión democrática. Sin embargo, este rol de contención genera fuertes reacciones por parte del Ejecutivo. La primera estrategia consiste en intentar cooptar al poder judicial. Sin embargo, cuando se resiste, se utilizan mecanismos legislativos y constitucionales para reformarlo con el objetivo de limitar sus competencias o restringir el alcance de sus decisiones. Finalmente, si persiste la resistencia, se opta por la destitución de sus miembros o por la eliminación definitiva de las instituciones judiciales.
Esta fórmula es muy conocida en países como Hungría, Polonia o Venezuela. En El Salvador, el presidente comenzó por descalificar a miembros del poder judicial que tomaban decisiones contrarias a sus políticas. Asimismo, violó directamente órdenes judiciales que protegían las libertades fundamentales (por ejemplo, la habeas corpus) o limitaron el alcance de las fuerzas armadas para controlar las restricciones impuestas en relación con la pandemia. Una vez obtenida la mayoría en la Asamblea, el gobierno de Bukele intensificó su ataque al poder judicial. Por un lado, destituyó a la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia y al Fiscal General. Asimismo, redujo la edad de jubilación a 60 y el período de servicio (30 años) de los jueces. De esta manera, alrededor de 160 jueces pronto deberán dejar sus cargos.
La decisión de destituir a los jueces mayores de 60 años se suma a una larga lista de violaciones de derechos humanos. Desde el inicio de su mandato en junio de 2019, la administración del presidente Bukele ha promovido medidas que atentan contra los derechos humanos de las personas privadas de libertad, la libertad de expresión y la independencia de los abogados. Bukele también defraudó la confianza de miles de mujeres salvadoreñas que creyeron en su promesa de promover la despenalización de cualquier forma de aborto.
El gobierno de Bukele ha empeorado el ya deplorable historial de derechos humanos de El Salvador. Desde la firma del Acuerdo de Paz entre el Frente de Liberación Farabundo Martí y el gobierno salvadoreño en 1992, El Salvador ha enfrentado enormes dificultades para consolidar el estado de derecho. Tras su visita en 2019, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) destacó que «muchos de los problemas de derechos humanos que afectan al país son estructurales y muchos de ellos están pendientes del conflicto armado». Desde esa visita de la CIDH, Bukele ya ha dado muestras de su desprecio por los estándares internacionales de derechos humanos.
Así, con las decisiones recientes, El Salvador da un paso más en su ya larguísima escala de violaciones de derechos humanos y asciende varios en el camino hacia la consolidación de un sistema autoritario.
María Daniela Díaz Villamil Y Jorge Ernesto Roa Roa Son profesores de Derechos Humanos en el Departamento de Derecho Constitucional de la Universidad Externado de Colombia y analistas de Agenda Pública.
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