“¡Yo acuso!…”. El aluvión de la opinión publicada y no publicada sobre el caso Rubiales, se ha alineado con el titular del célebre artículo de Émile Zola en 1898. Se presumía la oleada de opiniones acusatorias después de lo sucedido en el palco (por mis cojones), en el césped (jugadora al hombro) y en el podio del Olímpico de Sídney (el beso en los labios a Hermoso), también en la entrevista a Rubiales aquel mismo domingo en la Cope, en su vídeo-sainete exculpatorio y en su cierre de filas durante la Asamblea de la Federación.
Queda claro: es imposible hacerle pasar vergüenza a ese hombre, como a tantos otros de su calaña. Pero la suerte está echada y la condena ya es un hecho. Posiblemente no haya castigo más duro que el repudio de la mayoría de la sociedad española, más allá de la suspensión por parte de la FIFA, la que pueda decidir el Tribunal Administrativo del Deporte (TAD), la propia Federación (RFEF) y la justicia ordinaria.
Rubiales presidía la RFEF desde 2018 y anteriormente la Asociación de Futbolistas Españoles (AFE) desde 2010. ¿Nadie había reparado en la forma y el fondo de cómo actuaba? ¿Nadie intentó frenarlo a pesar de los indicios y denuncias contra actuaciones poco éticas y escándalos varios? Directivos, entrenadores, jugadores y prensa lo vieron, lo vimos, y como si nada. Muchos hasta lo reverenciaban y muchos aún le bailan el agua, aunque aquella mayoría ya es minoría. Muchos medios pusieron de relieve, criticaron y a su manera denunciaron algunos de los chanchullos y esa doble moral por la que un día se firmaba un súper contrato para jugar la Supercopa de España en Arabia Saudita, con formidables comisiones y Piqué de por medio, y otro se conocía una denuncia de su tío Juan, exdirector del Gabinete de la RFEF, por la organización de fiestas y orgías en un chalé de Salobreña pagadas por la RFEF, así como otros gastos personales del presidente. La denuncia en 2016 de Tamara Ramos, directora de márketing de la AFE es estremecedora. Demandó a la Federación y adjuntó entre las pruebas comentarios de Rubiales tales como: “No le hagáis caso a esta preñada. Las neuronas se le han ido”, o “venga ven, que tú has venido a ponerte las rodilleras”.
Hasta el beso no se hizo la luz. Antes, nadie hizo frente al oscuro imperio de Rubiales. Pero desde aquel fogonazo, el giro es vertiginoso. Víctor Francos, el presidente del Consejo Superior de Deportes (CSD), se quedó corto cuando dijo que estamos en disposición de que esto sea el Me Too del fútbol español, pues ya se puede hablar de otro Me Too mundial. De alguna manera, España ganó dos Mundiales, el de fútbol y el de la onda expansiva producida en la lucha por la igualdad entre las personas y por eliminar cualquier forma de discriminación o violencia contra la mujer.
La lucha es antigua, la de mujeres y deportistas que plantaron cara, casi siempre en la soledad y el desamparo. Carmen Valero, bicampeona mundial de campo a través en 1976 y 1977 y primera atleta olímpica española, lo subrayaba en 2017, cuando se cumplían 25 años de los Juegos de Barcelona: “Julio Bravo, el jefe de equipo cuando corrí el Mundial del 76, fue patético. La víspera nos dijo: ‘A vosotras no tengo nada que deciros. Sois unas culonas y unas pechugonas. Lo que hagáis, ya estará bien’. Cuando gané le dije: ‘¿Ahora qué?’ ¿Cómo podía funcionar el deporte con gentuza así?”.
Theresa Zabell, oro en vela con Patricia Guerra en Barcelona 92 y con Begoña Vía Dufresne en Atlanta 96, describía en ese mismo reportaje: “Cuando empecé a navegar, no había vestuarios femeninos. La lucha de las mujeres la he vivido en primera persona, como deportista y como dirigente deportiva. Yo quería ir a los campeonatos y no había presupuesto. Al no estar incluido en el programa de los Juegos, no había dinero para la vela femenina. Yo era campeona de España en la clase Europa e iba a los Mundiales porque me apoyaba mi club, mi ayuntamiento… y no la federación”.
Hace nada, la selección de baloncesto también vivió una situación traumática. Una de sus componentes, Marta Xargay, a los 30 años, anunció su retirada en agosto de 2021, tras los Juegos de Tokio, y denunció que sufrió bulimia a causa del trato del entonces seleccionador Lucas Mondelo. Antes, en enero, Anna Cruz, campeona de la WNBA y 158 veces internacional, se despidió de la selección con reproches a Mondelo: “Con 34 años, creo innecesario seguir tolerando actos que van contra mis principios y, antes de que todo lo vivido se vuelva amargo, prefiero separar nuestros caminos. Yo también tengo poder, el de decidir para quién trabajo”.
Victoria Hernández, la primera profesional del fútbol español en 1971, contaba en la serie de EL PAÍS Pioneras del deporte: “Ganase lo que ganase, no cubríamos los gastos de los viajes. Nos lo teníamos que pagar porque el apoyo de las instituciones era nulo”. Nada extraño si se atiende al criterio del entonces presidente de la Federación José Luis Pérez-Payá: “No estoy en contra del fútbol femenino, pero tampoco me agrada. No lo veo muy femenino desde el punto de vista estético. La mujer en camiseta y pantalón no está favorecida, cualquiera traje regional le sentaría mejor”. Un punto de vista que derivó en una repulsiva sentencia: el fútbol femenino ni es fútbol ni es femenino.
El machismo recalcitrante en el fútbol se prolongó durante décadas. Ignacio Quereda, al que relevó Jorge Vilda, ejerció como seleccionador de 1988 a 2015. Las denuncias de las jugadoras por el menosprecio y la falta de conocimiento del técnico cayeron en saco roto. Maria Teresa Andreu, la mujer que había impulsado el fútbol femenino en la federación, renunció a su cargo en 1998 por la imposibilidad de forzar el relevo de Quereda, ese que llamaba “chavalitas” a las jugadoras y les soltaba frases degradantes como “tú lo que necesitas en un macho”. Son algunas de las denuncias del reportaje Romper el silencio de la serie Informe+ en 2021 y del libro No las llames chicas, llámalas futbolistas (Libros Cúpula), de la periodista Danae Boronat.
La lucha contra el machismo es tan larga como la historia del deporte, y no se debe olvidar la férrea voluntad de pioneras como Lili Álvarez, primera olímpica española en 1924, Mari Paz Corominas, primera española en una final olímpica en México 68, o Ana María Martínez Sagi, en los años 30 una figura del atletismo, la literatura y el periodismo, primera directiva de un club (el Barcelona), y activista en favor de la reivindicación de los derechos de las mujeres. En 1934 trató de crear una sección femenina en el Barça. No lo logró, pero ni su lucha, ni la de tantas otras, fue en vano.
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