
Una de nuestras preocupaciones es el dinero. Queremos más, buscamos trabajos mejor pagados y tomamos decisiones de limpieza diarias. La forma en que administramos nuestro dinero habla de quiénes somos. Si tenemos tendencia a desperdiciar, si preferimos ahorrar o si optamos por invertir, revela nuestro mundo interior. Las experiencias que hemos tenido en nuestras primeras décadas de vida y en momentos difíciles, como el impacto del covid, en nuestros bolsillos. También expresa nuestros pensamientos y miedos ante el riesgo, nuestra codicia o los frenos que nos atrapan. Si queremos mejorar nuestra relación con el dinero, necesitamos saber qué nos afecta.
El primer factor influyente tiene que ver con el año en que nacimos. Tan sencillo. Lo ocurrido en la economía durante nuestras dos primeras décadas de vida afecta, pero no determina, nuestras creencias sobre cómo se mueve el mundo del dinero y las decisiones que luego tomamos, como lo demuestra un sorprendente estudio realizado tras analizar el consumo que hace el Población estadounidense durante 50 años. Si crecimos en una época en la que los mercados de valores estaban prosperando, como el auge de las punto com a fines de la década de 1990, más adelante tendremos más oportunidades de invertir en los mercados de valores y ser más optimistas acerca de su rentabilidad. Nuestras creencias serán diferentes si experimentamos una inflación excesiva en nuestros primeros años. Como recuerda un amigo argentino: «Cuando rompí la alcancía con mis ahorros después de varios años y descubrí que mi dinero valía mucho menos debido al aumento de los precios, aprendí para siempre que la riqueza estancada no vale nada».
Nuestra relación con el capital no está condicionada únicamente por nuestros primeros años de vida. Las crisis económicas y la bonanza influyen en las decisiones colectivas e individuales. El economista Fernando Trías de Bes analizó cómo nos comportamos en momentos de enfado o dificultad grupal. Podemos hipotecarnos hasta las cejas en pleno fervor de ladrillo en España o cambiar nuestra casa por bulbos de tulipán en Holanda en el siglo XVII. Ahora, con el impacto del covid, Trías de Bes recoge en su nuevo libro, Una historia diferente del mundo (Espasa), que «el dinero actúa como un bálsamo contra la incertidumbre». Ahorramos porque no sabemos qué pasará. Es una respuesta inconsciente, motivada por el miedo y el daño de la pandemia, no por la situación real de la economía. La influencia y la conciencia de las percepciones y los estados de ánimo nos ayudan a ganar perspectiva y aprovechar las oportunidades.
Otro gran factor es nuestra inteligencia financiera, es decir, nuestra capacidad para maximizar nuestras finanzas, que está muy relacionada con el manejo de nuestras emociones. Podemos tener mucho y perderlo todo, o podemos comenzar a aumentar gradualmente nuestra riqueza. La elección de una ruta u otra no depende del número de dígitos de la cuenta. Se publicó un ejemplo en Sports Illustrated. Según una investigación, el 60% de los jugadores de la NBA con salarios millonarios se declaran en quiebra cinco años después de su jubilación. La cifra sube al 79% en el caso de los jugadores de la NFL, fútbol americano. Estos casos son un ejemplo de riqueza que se le escapa de los dedos. Pero también tenemos casos opuestos y cercanos: personas con salarios dignos que logran crear riqueza ahorrando poco a poco y atreviéndose a invertir en los momentos adecuados.
La inteligencia financiera ayuda a inclinar la balanza de una forma u otra. Por ello, los expertos recomiendan, entre otras cosas, recopilar conocimientos básicos en economía para entender que el salario es solo una fuente de ingresos, pero que hay otras. También debemos saber qué nos condiciona, nuestros frenos, y trabajar en ellos sin caer en una codicia desmedida, que nos empuja a tomar decisiones sin criterio, como ocurre en el preludio de las crisis. También necesitamos rodearnos de personas que estén bien económicamente y aprender de ellas, y asumir que ganar dinero, más allá del cansancio del trabajo, requiere tiempo, dedicación, generosidad, una dosis de optimismo y gestionar nuestros pensamientos y emociones.
Los frenos que no nos permiten mejorar nuestra relación con el capital
– El miedo a perder dinero en muchas personas.
es más poderoso que la victoria.
– Cinismo o pesimismo constante, que evita
ver oportunidades.
– La pereza, que nos impide intentar obtener más ingresos derivados de otras fuentes o
nos empuja al síndrome del hámster, por lo que seguimos haciendo lo mismo una y otra vez.
– Malos hábitos de consumo y gasto, que pueden poner en peligro nuestra salud financiera.
– Arrogancia, que impide un mayor aprendizaje.
Pilar Jericó es la coordinadora del blog Taller de felicidad.
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