Si tuviera que recibir una etiqueta que le designara, ¿cuál elegiría, «loco» o «enfermo mental»? La respuesta a la pregunta dependerá del escenario social y de las sutilezas contextuales del lenguaje.
Piense, por ejemplo, en la frase «Javier está loco por su trabajo». Ahora considere una alternativa: «Javier está enfermo mental por su trabajo». La primera frase es más polisémica que la segunda.
No cabe duda: la riqueza humanística, los matices, la amplitud semántica de la palabra «locura» supera con creces a la gris y unívoca «enfermedad mental». Y lo mismo podemos decir del término «trastorno psicológico».
De hecho, existe un movimiento llamado «orgullo loco» formado por usuarios y «supervivientes» de los servicios de salud mental que, luchando contra prejuicios y estereotipos, reivindica la inclusión social y la igualdad de derechos para las personas neurodivergentes a través de una nueva y positiva identidad «loca».
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El fenómeno del estigma
El lenguaje es mucho más que una simple herramienta para transmitir información. Con él construimos significados y establecemos jerarquías sociales. Con el lenguaje hacemos cosas.
En este marco, el estigma público en salud mental implica asignar etiquetas basadas en diferencias sociales más o menos visibles y la existencia de burdas generalizaciones que son falsas o pasan por alto matices esenciales.
Estas generalizaciones dan lugar a prejuicios que, finalmente, se convierten en conductas discriminatorias. Por ejemplo, el estereotipo «las personas con enfermedad mental son peligrosas» aplicada a una persona etiquetada como «enfermo mental» causaría, probablemente, nuestra conducta de evitación. Peor aún, puede que sintamos miedo y la agredamos.
Uno de los mayores peligros del estigma público es el autoestigma. Es decir, la interiorización de estos estereotipos negativos por las propias personas afectadas. El estigma público existente en la sociedad y –especialmente, su aceptación por los propios afectados– está relacionado con un descenso de la autoestima, el bienestar psicológico y la calidad de vida.
Recuperarse como un ciudadano más
El modelo de recuperación en salud mental enfatiza la necesidad de construir una identidad que permita interactuar en la sociedad como un ciudadano más. Crear una vida llena de significado más allá de la simple remisión de los síntomas.
En este sentido, las personas diagnosticadas con trastornos psicológicos, especialmente los graves, deben de tomar una serie de decisiones de carácter lingüístico y narrativo. Por ejemplo, ¿quieren aceptar los conceptos clínicos con los cuales se designan sus experiencias? ¿Cómo explicar en sus narrativas de vida sus diagnósticos, sus experiencias de enfermedad? ¿Qué causas aducir para hacer comprender a los otros los cambios acontecidos en sus vidas? ¿A quién y cómo revelan –o no– su diagnóstico y sus experiencias de enfermedad?
Es evidente que el estigma público dificulta la elaboración de la identidad y la consideración de ciudadanos de pleno derecho de las personas diagnosticadas con trastornos mentales. Por desgracia, este es todavía significativo en la sociedad, incluso entre estudiantes y profesionales de disciplinas sociales y sanitarias.
¿Existe otra forma de comprender qué me pasa?
La lucha contra el estigma se ha convertido en una estrategia esencial para favorecer la recuperación. Desde finales del siglo pasado se han venido implementado ambiciosas campañas educativas, muchas basadas en explicaciones biológicas de los trastornos mentales.
Si convencemos a la población de que la esquizofrenia es semejante a la diabetes, es decir, producto de una alteración bioquímica, eliminaríamos las creencias falsas y las actitudes prejuiciosas que obstaculizan la integración de estas personas, ¿verdad?
Pues no es tan sencillo. De hecho, la evidencia empírica nos ha demostrado lo contrario: que las explicaciones genéticas y biológicas parecen tener efectos negativos sobre el estigma.
Los estudios muestran que las explicaciones biogenéticas reducen la culpabilización de los enfermos, pero también aumentan la distancia social, la percepción de peligrosidad y el pesimismo sobre la recuperación.
A la hora de explicar los trastornos mentales, dos modelos relacionados entre sí han sido dominantes.
El primero habla de un fallo en el cerebro o en los genes (modelo biogenético). El segundo es el modelo de déficit cognitivo, más propio de la psicología. Y lo achaca a un error en el pensamiento.
Sin embargo, basándome en mis experiencias como cuidador, he llegado a la conclusión de que la única manera de reducir el estigma es interpretar las experiencias de estas personas desde una perspectiva existencial, sociocultural y política.
Las experiencias «psicopatológicas», por ejemplo, las llamadas alucinaciones o delirios, deben comprenderse desde el marco de las categorías de la condición humana (libertad-vínculo, conciencia de la mortalidad, culpa-responsabilidad, etc.). La lucha de estas personas es una lucha por entender la existencia. Por mantener la esperanza y encontrar un lugar en el mundo. Una lucha que compartimos todos y todas.
Lamentablemente, esta perspectiva humanista y existencial se encuentra ausente en nuestras facultades de psicología, medicina, enfermería, etc.
Orgullo loco
Los movimientos en primera persona han reaccionado ante el carácter esencialista y paternalista de las explicaciones biológicas. El movimiento del «orgullo loco» reivindica el valor moral de sus experiencias, frente a su medicalización. Son los propios afectados los que han acudido a la clásica «locura» para liberarse de los barrotes del término «enfermedad mental».
Aunque siempre encontraremos condicionamientos biológicos para las enfermedades mentales, la recuperación jamás será una cuestión exclusivamente psicológica, psiquiátrica o médica: siempre habrá una dimensión lingüística y social (y, de paso, política).
Artículo publicado en The Conversation
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