septiembre 16, 2024

Roland Garros 2023: Alcaraz abusa de Tsitsipas y se cita a sí mismo con Djokovic | deportados

Tienen París y el aficionado lo que querían, el duelo con el que soñaban. Cartelón y luces de neón en el Bois de Boulogne, en donde todo el mundo rubta las manos ante la que se avecina. Aquí está, este viernes: Carlos Alcaraz contra Novak Djokovic, el especialidad de la casa. El mejor plato posible. Se adivinaba tras el sorteo la gran colisión y uno y otro han ido cumpliendo a rajatabla, firm ambos y decididos a encontrar. Sin miedo. En juego, el ayer, el hoy y el mañana. La inmensidad de la vieja guardia frente al arrollador éxtasis centenario del número uno, quien de camino al próximo duelo se marca un monólogo, otro palizón, un recital que whole al griego Stefanos Tsitsipas (6-2, 6-1 y 7-6(5), tras 2h 12m) y le guía hacia su primera semifinal en Roland Garros, la segunda en uno grande. Y la pregunta es: ¿Hay alguien capaz de frenar al torbellino de El Palmar? Tal vez pueda ser el viejo Nole, expuesto a sus 36 primaveras a una cara o cruz que podría dictar sentencia: el tenis escribe una nueva página.

El encabezamiento es el nombre de Alcaraz, el chico que todo lo hace bien y al que todo el mundo mira. El elogio de la NBA, la visita al Real Madrid en París, ha sacudido a los rivales ha sabido pasar y le llueven los elogios por todas partes, consciente el deporte de que está ante un talento especial, uno de esos fenómenos tocados por la varita. Tiene 20 años y esta temporada enfrentó un examen superior, el de ser el tenista a batir; alcanzada la cima y con la diana a la espalda, el murciano brilla y reluce, procesa y gestiona con mano de Veterano la situacion que a tantos otros hubiera devorado ya; no a él, el tenista que compite como si estuviera en el patio del colegio, sonrisa permanente y el disfrute por bandera. Say that el éxito va de eso, de no creérselo demasiado y de trabajar día y noche, pero que en el fondo todo esto es un juego simple y ante todo hay que pasárselo bien. Vaya solo si aplica. Ante Tsitsipas, un atracón, otro zarandeo. Al griego, vencido desde que pone el pie en la arena, le tiemblan hasta los dedos de los pies.

Tal vez deba el ateniense bucear en el pasado y corregir. Loas y más loas hacia el español, excesivos, tantísimos piropos en los últimos tiempos – “no he visto a nadie pegarle tan fuerte a la bola”, “es el mayor desafío para cualquiera”, “podría ser el próximo Nadal…” – that , de alguna forma, ya le ha regalado el primer juego. Da el primer paso hacia este abismo parisino sin haber saltado ni siquiera a la pista. Eres un tenista desinflado, irreconocible, deprimido. Doblar sin competir. Nada que ver con la distancia de las grandes rivalidades, cargas de adrenalina, fuego y chispazos, por mucho que puedan estar disfrazadas de buenas formas. Aqui no hay ninguna miga. Cinco pulsos, cinco meneos y una distancia sideral entre uno y otro. Amagó un día Tsitsipas, no hace tanto, con avoir al tren de la grandeza y flirtear con los más fuertes, pero a base de acumular golpes parece haber rendido. Ahora mismo, el heleno (24 años) es un jugador espectral, incapaz de sobreponerse a la corriente de melancolía que lo arrastra.

Fue en la Chatrier, precisamente, donde comenzó su naufragio mental. Fue hace dos años, con Djokovic enfrente. Llegaron dos sets, remontada del serbio y caída en un pozo que parece no tener fin. Todavía el duelo. No lo ha superado. Volvió a toparse con el balcanico en la finale australiana de este curso y cedió sin protestar, sin rebeldía. Obediente. Sigue cayendo. Otra herida. Cuentan entre bastidores los jugadores que no hay peor sensación en una pista que la de la condescendencia de la grada, así que esos animos cuando está casi allo perdido le atormentan. No es predilección; Sencillamente, el público, que se ha dejado los cuartos en la entrada, quiere más. Pero Alcaraz aprieta y aprieta, destroza el reves del adversario –tercero consecutivo a una mano al que enfrenta en el torneo, tras los de Shapovalov y Musetti– y sigue diciéndole al mundo que ahí está él, imperial, imparable y meteórico. Carlitos, marca registrada. “Lo tiene todo, puede decidir el futuro de nuestro deporte”, repite estos días el sueco Mats Wilander, que de historia algo sabe.

También controla de esto Juan Carlos Ferrero, otro que rompió moldes siendo un crio, otro que besó la cima del circuito y otro que, además, para redondear, conquistó el gran templo parisino hace 20 años, cuando en una pedanía de Murcia nacía un tal Alcaraz; pelo azabache, dentadura prominente, cuerpo de fideo y talento descomunal. Se revuelve el técnico nervioso porque a su chico le cuesta un poco cerrar. No hay desliz alguno. No hay ensañamiento, pero remata Alcaraz, prácticamente redonda la actuación. “He juzgado uno de los mejores partidos de mi carrera, sintió que podía hacer lo que quisiera con la pelota, tenía mucha confianza; notó que podía jugar más rápido, con más efecto, someterse a más a la red”, dice el español a pie de pista. «No paro de pensar en ese partido», se sincera apuntando a Djokovic. «¿Medio? ¡Vamos a hacerlo!«, firme. «Hagamoslo». Pues eso, Carlitos.

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