mayo 11, 2024

Elecciones: la cuestión de Chile y Touraine | Opinión

Elecciones: la cuestión de Chile y Touraine |  Opinión
Un hombre entra en uno de los colegios electorales habilitados para las elecciones de este fin de semana, en Santiago, el 12 de mayo.
Un hombre entra en uno de los colegios electorales habilitados para las elecciones de este fin de semana, en Santiago, el 12 de mayo.MARTIN BERNETTI / AFP

Chile celebrará este fin de semana cuatro de las diez elecciones que se impusieron en el corto sexenio. En uno de ellos seleccionará a los 155 miembros de una Convención Constituyente conjunta que, en un máximo de doce meses, deberá presentar una nueva Constitución al país para ser plebiscada. En los nueve torneos restantes votará por todas las autoridades elegidas por el pueblo (excepto 23 senadores): desde los ayuntamientos hasta el jefe de Estado. Un total de 3.231 plazas para las que se presenta una relación aproximada de 8 candidatos por cupo: aproximadamente 25.000 candidatos.

Este tipo de bacanal democrática no tiene precedentes en la historia de Chile, y lo que es más singular, no es producto de un diseño o de un plan político, sino de la pandemia y algunos acuerdos apresurados de la clase política. Las autoridades territoriales deberían haber sido elegidas en 2020, así como la Convención Constituyente. La emergencia sanitaria impulsó las elecciones de este año y la forma en que los resultados se afectarán entre sí es impredecible.

Nadie sufre, nadie tiene fiebre por esto. Quizás los candidatos lleguen agotados -esta es su letanía habitual, por supuesto- pero los ciudadanos actúan como si acabaran de recordar esta semana que hay cuatro elecciones el sábado. O, en otras palabras: que comience el sábado la reorganización del país.

La extraña situación chilena sigue evolucionando dentro de un marco institucional, a pesar de haber enfrentado una múltiple crisis social, generacional, política y de salud. En este comportamiento -este orden en desorden- parece expresarse el agón de un último afecto por la democracia y el deseo de resolver las dificultades de la convivencia sin más trastornos. Visto así, las diez elecciones parecen una respuesta a la pregunta que el sociólogo francés Alain Touraine sugirió plantear para este país: ¿podemos vivir juntos?

En la década de los 80 parecía ridículo plantar una idea como esta cuando salir de Chile era tan difícil como llegar. El finisterre chileno, que muchas veces lo aleja de América Latina y solo en ocasiones lo acerca, permeado y asaltado por influencias de todo tipo, conectadas e hiperconectadas, no tan lejos de congelarse, autóctonas, mestizas e inmigrantes, unificadas de vez en cuando. Causa de catástrofes fenomenales, ese mismo viejo y proverbial fin del mundo intenta nuevamente responder a Touraine que sí, será posible vivir juntos. Y para ello hace diez elecciones.

Nadie sabe quién ganará y en qué elecciones. El régimen presidencial está roto, a pesar de su cuarentena de 14 meses y el toque de queda debería calificarse como el momento más autoritario del siglo. El Congreso fragmentado ahora promulga leyes que eran prerrogativa del Ejecutivo y el tribunal constitucional que lo controla se ha vuelto inútil por una pelea interna indecente, motivada en parte por el propio gobierno.

¿Curioso? Hay más: en noviembre se votará para la Presidencia de la República (con boleta en diciembre) y para las dos Cámaras del Congreso, que tomarán posesión en marzo de 2022. Todo esto antes de que se proponga una Constitución que podría muy Decidimos, por ejemplo, que el nuevo régimen de gobierno será parlamentario y unicameral. O que el estado tendrá una nueva división administrativa. O que el jefe de gobierno se obtenga con otras mayorías.

El pacto para cambiar la constitución ha establecido unos mínimos, como la definición de república democrática, la vigencia de las decisiones judiciales, la intangibilidad de los tratados internacionales y un quórum de 2/3 para la aprobación de sus normas. Si bien, como siempre, ya hay quienes sostienen que la nariz de los acuerdos se puede enfadar declarando la plena soberanía de la Convención, lo más probable es que se libere una larga batalla retórica por su interpretación.

Nadie hubiera imaginado nunca que esto le pasaría al segundo gobierno de derecha desde la restauración democrática, que asumió el cargo en 2018 vestido con las ideas de Cameron. Sin embargo, quizás la historia diga que esta configuración fue precisamente la adecuada para expresar la saciedad por las ilusiones y promesas de la modernidad globalizada, coordinada con ese impulso juvenil de saltar los torniquetes para alcanzar más rápido un horizonte desconocido pero nuevo, siempre nuevo.

La confusión, la falta de interpretación convincente de lo sucedido, la repetición mecánica de los mismos análisis durante 20 años, también han aplastado el orden político. La coalición gobernante se convirtió en anarquía en medio de la lepra de la impopularidad y la vergonzosa rendición de gran parte de su historial programático. La centroizquierda, insegura de defender un proceso de modernización exitoso pero defectuoso, terminó teniendo como programa principal no parecerse al gobierno. Y una izquierda más radical, aunque menos estructurada, actúa con la certeza de que por fin ha llegado su momento, bastante cerca del Palacio de Invierno.

Las elecciones de este fin de semana pondrán a prueba los músculos de partidos y coaliciones. Como aquel Papa moribundo que llegó a saber que «ni los jesuitas son tan ricos como dicen, ni los franciscanos tan pobres como dicen», los chilenos empezarán a aclarar cuánto pesa cada uno y, de una manera un poco menos traslúcida, qué tipo de ideas son que llegarán a una nueva constitución. Pero la redistribución de fuerzas no terminará hasta finales de año, con los resultados de las diez elecciones.

La mezcla de causalidad y azar confiere un aire inevitablemente enigmático a todo el proceso. ¿Qué tiene que enfrentar Chile con su justa electoral? ¿A la sabiduría ancestral de la historia o más bien a un juego de suerte? ¿Para bien o para mal? Solo se pueden dar dos cosas por sentado: la primera es que la inestabilidad acompañará al país durante un ciclo de dos o tres años, con picos y valles de agitación social; el otro, que la experiencia del candidato habrá ampliado, quizás la variante retorcida de la educación cívica.

Para todo lo demás consultar en diciembre.

Caballo Ascanio Es un periodista político chileno.