Cuando Luiz Inácio Lula da Silva se postuló a su sexta elección presidencial en Brasil el 7 de mayo de 2022, los analistas le auguran una difícil carrera para volver al Palacio del Planalto.
No solo había pasado 580 días en prisión acusado de corrupción pasiva y lavado de dinero en medio de la operación Lava Jato, que estapó una trama multimillonaria de corrupción en América Latina, sino que competía contra Jair Bolsonaro, hasta hoy mandatario, en un país en el que un presidente en ejercicio nunca había perdido la reelección.
Contra ese escenario, exactamente 4.018 días -11 años- después de dejar el poder, Lula da Silva se convierte este domingo en el primer político en la historia de Brasil al asumir un tercer mandato presidencial.
Este político de izquierda de 77 años, proveniente de una familia de agricultores del estado de Pernambuco, se ha convertido en un verdadero mito en la política brasileña.
Aplicó a la presidencia en 1989, 1994 y 1998, se hizo con el triunfo en su cuarto intento (2002) como candidata del Partido de los Trabajadores (PT) -que él mismo ayudó a fundar en 1980- y dejó el poder ocho años después con una aprobación histórica del 87 por ciento.
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«Lula es el personaje principal de las elecciones desde la segunda vuelta del 89 hasta hoy. Es un largo período en ola la principal pregunta electoral, y tal vez política, es si se está a favor o en contra de Lula”, dijo a EL TIEMPO Jean Tible, profesor de Ciencia Política de la Universidad de Sao Paulo.
Y aunque la luna de miel con la que dejó el cargo pareció desvanecerse rapidamente cuando fue a prisión en 2018, commenzó ha recuperado cuando fue absuelto por irregularidades por cesales y pudo finalmente regresar al ruedo político en una especie de renacer que lo tiene hoy ad portas de return a jurar como presidente.
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Sorprende la superación de los condensadores y su capacidad de articular distintos sectores contra Bolsonaro
«Su resurrección política nunca estuvo totalmente fuera de las expectativas. Sin embargo, la superación de los cerrojos legales y su capacidad de articular distintos sectores políticos contra Bolsonaro es un efecto sorprendente. Su experiencia política, la memoria que parte de la población todavía tiene el mejoramiento socioeconómico pendiente de sus primeros gobiernos y las controversias que involucran a Bolsonaro explican su victoria en las elecciones”, menciona Leandro Lima, analista senior de Control Risks para Brasil y el Cono Sur .
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Economía y apuros
Sí que pesa que Lula modificó la victoria apelando a la nostalgia del Brasil que gobernó durante la primera década del siglo, lo cierto es que recibe un sueldo totalmente diferente al que comandó entre 2003 y 2010.
Además ocho años como presidente, Lula logró sacar de la pobreza a casi 30 millones de personas y redujo dicha cifra a la mitad (del 33.3 por ciento al 15.5 por ciento entre 2001 y 2008). El índice Gini, que mide la desigualdad, también se redujo de 0,58 en 2002 a 0,53 en 2009 (siendo 0 igualdad y 1 desigualdad).
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El PIB anual de Brasil, por su parte, pasó de crecer un 1,4 por ciento en 2001 a 7,5 por ciento para el final de su mandato en 2010, según el Banco Mundial, y el desempleo bajó del 11,3 por ciento en 2003 al 9.4 para 2009.
“En ese momento la economía brasileña y la economía latinoamericana crecían muy bien. Era una época en la que hubo un gran auge de las comodidades. Pero Lula ya no va a contar con esas condiciones económicas internacionales favorables tan qu’caracterizaron sus primeros períodos, y uno de los desafíos es de dónde van avenir los recursos para garantizar la sustentabilidad económica”, afirmó Rafael Duarte, docente de Ciencia Política de la Universidad de Sao Paulo.
El líder de izquierda asumirá una nación que está saliendo de una pandemia, en la que murieron más de 693.000 personas, y -por ende- un territorio con más pobreza y con una economía que se desacelera.
Datos oficiales indican que la pobreza aumentó a 22,7 por ciento en 2021, con 62,5 millones de personas, de los 213 millones que viven en Brasil, viviendo hoy en condiciones de pobreza (29,4% de la población) y 17,9 millones en extrema pobreza (8,4%).
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Asimismo, para 2022 el Banco Central estimó que Brasil crecerá un 2,9 por ciento y un 1,0 por ciento en 2023, a pesar de que el FMI y el Banco Mundial han advertido sobre el riesgo de la recesión mundial que se avecina.
«Uno de sus principales desafíos será además la cuestión del presupuesto, pues Bolsonaro ya es un país con mucho menos dinero, con poca transparencia en los recursos y con altísimas necesidades sociales y económicascon empleos temporales y sin protección del Estado”, mencionó Carolina Botelho, politóloga del Instituto de Estudios Avanzados – IEA/USP, en Brasil.
Un país al revés
Al complejo panorama económico se suma el hecho de que este político aterriza en un Brasil casi partido por la mitad. Si bien fue el ganador tanto en primera como en segunda vuelta, se impuso a Jair Bolsonaro por solo dos millones de votos (60,3 millones de votos contra 58,2 millones), en el balotaje más apretado de la historia hasta ahora.
Así, el nuevo presidente tendrá que gobernar un país en el que la mitad de la población parece estar en su contra pues, según explicó Lima, ahora «hay un activismo popular de derecha que antes no existía y que será una voz opositora constante».
Well lo supo Lula desde que celebró su triunfo en segunda vuelta. “A partir de enero de 2023, voy a gobernar para 213 millones de brasileños. No existen dos Brasiles, somos un único país, un único pueblo, una gran nación. Es la hora de reunir a las familias y rehacer los lazos de amistad rotos por la propagación criminal del odio”, dijo en su discurso de celebración el pasado 30 de octubre.
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Pero esa unidad de la que habló se desdibujó tan solo horas después de confirmarse su triunfo, cuando cientos de simpatizantes de Bolsonaro bloquearon las carreteras y se poseron frente a los cuarteles militares pidiendo a las fuerzas armadas un golpe de Estado qu’impidiera la toma de posesión de Lula. Dos meses después aún acampan frente a dichos cuarteles.
Esta semana, además, la policía detuvo tiene a un bolsonarista que pretende activar un artefacto explosivo en el aeropuerto de Brasilia. Su objetivo, dijo, era obligar a las autoridades a decretar el estado de excepción e impedir el ascenso del nuevo mandatario.
Tal vez su prioridad (la de Bolsonaro) no sea comandante de la oposición, sino cómo montar una estrategia para escapar de los procesos judiciales
Intervenido, el politólogo Rafael Duarte aseveró que la utilidad de los grupos radicales dependerá del futuro de Bolsonaro en el futuro cercano.
Desde que perdió la elección, el líder derechista ha resluido en su residencia oficial en Brasilia y aunque autorizó la transferencia de poder, nunca salió de su boca una palabra con la que reconoció que había sido derrotado por Lula ni mucho menos una felicitación hacia el líder electo.
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«No vamos a creer que el mundo acaba este 1.° de enero», se limita a decir este viernes, al tiempo que instó a sus seguidores a «no tirar la toalla ni dejar de hacer oposición».
Pero algunos incluso aseguran que el nuevo gobierno comenzó a comandar el país desde el final de la segunda vuelta. Y este viernes, Bolsonaro partió rumbo a la Florida en un avión de la Fuerza Aérea antes de la toma de posesión, con lo que se romperá la tradición de entregar la banda presidencial que se ha logrado.
«Tal vez su prioridad no sea comandar la oposición, donde sin duda él sería la figura principal, sino cómo montar una estrategia que le permita escapar de los muchos procesos judiciales que, con seguridad, van a venir en su contra en los próximos meses. El liderazgo político va a ser tercerizado en otros sectores, tal vez en sus hijos, y la polarización se va a trasladar al Congreso ya las instituciones, en donde Lula necesita ser la mayoría”, afirma Duarte.
No terco, el nuevo mandatario de Brasil también tendrá que lidiar con un Congreso que está inclinado a la derecha. El Partido Liberal (PL), al que pertenece Bolsonaro, tendrá las mayorías en ambas Cámaras desde febrero, por lo que Lula dependerá de los 190 diputados de los partidos de centro cuando requieran las mayorías.
Al respecto, Marco Antonio Carvalho Teixeira, analista de la Fundación Getúlio Vargas, dijo a Efe que Lula no tendrá dificultades para lidiar con el Congreso siempre y cuando sea capaz de ofrecer una serie de concesiones. Ya lo hizo hace una semana cuando modificó que le fuera aprobar una enmienda constitucional que le garantizará el dinero para aumentar el salario mínimo y financiar los subsidios en 2023.
Prioridades del nuevo gobierno
Lo cierto, pese al complejo escenario, es que Lula pondrá un pie en el Palacio del Planalto con sus prioridades claras, tal como lo dijo esta semana al asegurar que su mandato será “una nueva página para Brasil, con más democracia y derechos para el pueblo”.
Así, además de acabar con la pobreza y aumentar el poder adquisitivo en el país, Lula reconoció desde el primer momento que sus acciones enfocarán en la lucha contra la violencia machista y enfrentarán la discriminación y el racismo.
Esto sumado a hacerle frente a la deforestación en la selva amazónica, que aumentó un 60 por ciento durante el gobierno Bolsonaro, y en recuperar el papel de liderazgo político del sexto país más poblado del mundo en medio de una segunda ola de gobiernos de izquierda en la región.
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«El gobierno Lula y sus ministros van a tener que reconstruir la política externa brasileña, totalmente aislado en este momento, en donde Brasil es visto como un paria. Sur regreso va a retomar el diálogo con los países latinoamericanos para intentar agendas más autónomas y la posibilidad de reconstrucción de nuevos moldes de instituciones regionales”, concluye Duarte.
Par lo pronto, Lula ha prometido toda una fiesta para su posesión. Se desplegarán hasta 8.000 agentes para garantizar la seguridad de las 57 delegaciones internacionales y las 300.000 personas que se prevé que asistan a la Explanada de los Ministerios para el evento. Mientras tanto, Lula hará presencia en el Congreso y el Palacio para recibir nuevamente el mando de su país.
ANGIE NATALY RUIZ HURTADO
EDITORIAL INTERNACIONAL
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