Érase una vez un socialista que admitió que no tenía ni idea. Hace muchos años, el político socialista Ramón Vargas-Machuca dijo:
-Yo no sé.
El periodista Iñaki Gabilondo, quien moderó ese discurso radial, detuvo abruptamente la reunión y declaró solemnemente:
– Caballeros, ha sucedido algo inusual. Un colega, al utilizar el micrófono, declaró que no estaba al tanto.
La anécdota histórica, por su rareza, la recoge Javier Valenzuela en su libro Puedes ser un tertuliano (Península, 2011), a su vez extraído de una columna de Juan Cruz en EL PAÍS. Desde entonces hasta hoy no tenemos rastro de la cantidad de socialistas que han reconocido su desconocimiento sobre un tema, pero se puede suponer que no son demasiados.
Además, en los últimos años las tertulias sociales han pasado de ser un formato más en la red a ser el patrón dominante en televisión y radio. Muchos canales de televisión son un encuentro constante: el de la madrugada, el de la mañana, el de la tarde, el de la noche y los intermedios, y luego empezar de nuevo, hasta los fines de semana. Algunos se dedican al corazón, otros a la política; unos pretenden ser más serios, otros más tradicionales, otros más locuaces y espectaculares; El caso es que, para una parte nada despreciable de la población, se han convertido en una fuente de información casi más importante que las noticias o los propios periódicos, y lo que venden no es información, sino opinión.
“Terminamos normalizando la miseria de las tertulias sociales, que dejaron de sorprendernos para convertirse en realidades cotidianas que, de ser necesario, pueden parecer neutrales e indoloras, si no saludables”, escribe Carlos Taibo, catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Madrid. , en su libro Contra los Tertulianos (Catarata), que publicó en 2010, pero que acaba de reimprimir, revisar y ampliar. En él critica ampliamente la condición de todologi (expertos en todo) de muchos de los que se presentan en ciertos mítines, que piensan igual sobre el complejo tema del surgimiento de la luz, como la retirada de Estados Unidos de Afganistán o la victoria electoral de Pedro Castillo en Perú.
También sucede que nos acercamos a la política a través de la sala de chat en lugar de a través de fuentes primarias, los propios políticos. En la pantalla de televisión se escenifica una representación alternativa de la política donde distintos ciudadanos representan posiciones, corrientes e incluso partidos diferentes. La eterna disputa entre derecha e izquierda, o entre constitucionalismo e independencia. Y no es muy difícil predecir lo que pensarán todos. También puede elegir sus favoritos y unirse a la reunión como alguien que participa en una competencia deportiva o una pelea de gallos. Prueba de la importancia de los mítines es que algunas de las figuras más relevantes de la política actual, como Pablo Iglesias, han abandonado los mítines y han fundado sus propios mítines para ser relevantes en el ámbito político.
Por supuesto, no todas las reuniones y todas las reuniones son iguales. Por ejemplo, la periodista (y socialista) Nativel Preciado, citada en el libro de Valenzuela, hace tal defensa en una de sus columnas. «Creo que sería conveniente aclarar entre buenos y malos profesionales», explica. Preciosa diferencia entre los que eligen la honestidad y la independencia y los que «se han dedicado a cultivar el espectáculo y no les importa caer en el absurdo para subir el listón del público».
No es el único encuentro que crea matices a la hora de juzgar este tipo de programas. En octubre de 2020, en un debate online titulado El futuro de los encuentros políticos (moderado por Fernando Jáuregui y Sergio Martín), que se puede ver en el canal de YouTube Periodismo 2030, un grupo de periodistas – Esther Esteban, Cristina de la Hoz, Elsa García de Blas, Chema Crespo y Carmelo Encinas – parecían coincidir en la necesidad de defender las tertulias televisivas de esas otras tertulias «trincheras» o «remeras», con opiniones siempre muy sueltas y poco dedicadas a la reflexión y el análisis. , que inevitablemente conducen a la polarización.
Existe un conflicto entre buscar público y espectáculo y ejercer un buen periodismo, y suele prevalecer lo primero. También se ha criticado que los temas planteados en las reuniones son tan universales que los participantes no pueden dominar todos los temas que enfrentan y que, en ocasiones, se ponen en vivo incluso en temas de última hora para los que, inicialmente, no habían sido convocados. como especialistas.
“En estos espacios poco importa la verdad: lo que importa, la mayoría de las veces, es poder defender una posición preestablecida y muchas veces partidista”, dice el profesor Taibo. Algunas personalidades de la alta sociedad aparecen con tanta frecuencia -incluso directores de medios- que han trascendido su mera condición de periodistas para llegar a la de personalidad televisiva, mimbre del imaginario colectivo, icono del pop, como podría ser el caso del ubicuo Eduardo Inda o Francisco Marhuenda. .
“Verso se ha derivado en medios audiovisuales tremenda y el catastrofismo que era propio de cierto periodismo del corazón o del deporte ”, agrega Valenzuela, quien vivió el tertulianismo en su propia piel. Echa de menos los televisores que gastan más dinero enviando corresponsales donde ocurren las noticias o contactando a verdaderos expertos que invitando a los conversadores habituales una y otra vez. Las reuniones sociales, y esta es la clave de su éxito, son una producción barata para llenar horas de televisión. “Así, el criterio del gerente, preocupado por los gastos, se impone al del periodista, preocupado por la información”, dice Valenzuela.
No hace mucho tiempo, la política se consideraba aburrida en su mayoría. Antes de la crisis de 2008 y del ciclo que se inició en el 15M, también existía cierta preocupación por el pasotismo de los jóvenes que, se decía, vivían fuera del ámbito político, comprometidos con otros asuntos más vivenciales. La cuestión política en el arte, la novela o la música se veía como un panfleto y como tal se condenaba. En la última década, la política se ha convertido en la principal conversación de la ciudadanía (y el tema de los productos culturales), animada por los encuentros mediáticos y transformándose en un encuentro social gracias a las redes sociales. Ahora todos tenemos nuestro propio foro para comentar. El resultado no es prometedor: el panorama de la discusión online es virulento y deprimente, lleno de violencia y mentiras, y que se traduce en una mayor polarización de la sociedad, que se ha convertido en un gran encuentro. «Además», añade Valenzuela, «la tertulianismo es algo muy español: a la gente le encanta el espectáculo de tres o cuatro personas tirándose las cosas a la cabeza ”. Ahora, a través de Twitter, se denomina «cultura de zasca«.
Efectivamente, el encuentro ha sido tradicional en España al menos desde los mítines de la academia del Siglo de Oro o esos viejos mítines del café donde se comentaba la noticia que leían en la prensa y que podríamos interpretar como un predecesor ilustrado de lo que Twitter convirtió en el lodazal. En televisión, una reunión legendaria es El botón de José Luis Balbín, iniciado en 1976, distante en profundidad y pausa, en prosodia los ochentas de los participantes, un poco abrumados, y sobre todo por el consumo masivo de tabaco (Balbín fumaba en pipa) de las tertulias actuales.
Aunque la reunión social es un género antiguo, también es apropiado para los miembros de la Generación Z, y quizás más honorablemente. Por ejemplo, el programa Gen Playz, que se puede ver en la web de la plataforma Playz de Radiotelevisión Española, es una especie de actualización de El botón de Balbín, sino alrededor de una mesa de ping pong. Curiosamente, los temas a tratar son más profundos, en un sentido sociológico, que en las reuniones de «adultos», y el tono es más edificante.
“Se trata de acercar a los más jóvenes un debate amistoso y tranquilo sobre las claves de los conflictos en la sociedad actual, y así generar reflexión”, explica la presentadora (junto a Darío Eme Hache) Inés Hernand. En este espacio hablaron, con seriedad y frescura, de Trans Law, la masturbación, las guerras culturales de izquierda, la prevención del suicidio, la masculinidad, la precariedad laboral o el veganismo. No hay muchos todologi: “El equipo trabaja muy duro para encontrar perfiles adecuados, preferiblemente jóvenes, pero no limitados a, que contribuyan a cada tema, y sean expertos o personas que hayan vivido determinadas situaciones de primera mano”, dice Hernand. Eventualmente, en una cuestión de tertulias sociales, los jóvenes pueden terminar resaltando los colores de los mayores.
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