El yo del futbolista es jerárquico. Siempre son conscientes del rol que ocupan y del estatus que tienen en el equipo. Siete años después de su llegada al Atlético según lo prometido por el historiador San Lorenzo de Almagro, Ángel Correa (Argentina, 26) se ha puesto en el lugar al que aspiraba. Su entrenador lo acerca a la zona y sus compañeros aceptan la importancia y la jerarquía que ha adquirido. Todos coinciden en que es el jugador más diferente debido a la imprevisibilidad de su fútbol. El vestuario del Atlético ha experimentado una explosión desde la temporada pasada que fue decisiva para la conquista del último campeonato.
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Con los dos goles que marcó ante el Celta el domingo, Correa ha marcado ocho en los últimos diez partidos del Atlético. Entre ellos, el del empate de la última jornada en Valladolid que arrancó la remontada culminada por Luis Suárez igual al título. Ese zigzagueo, en medio metro entre tres defensores, y el puño de buitre de frente con el que culminó la maniobra fue un golpe en la mesa del jugador que finge ser y que Simeone lo espera. «La temporada pasada estuvo a tu nivel, pero tienes más», le advirtió el técnico.
«Ahora estoy jugando más cerca del área», se limitó a explicar con su perenne media sonrisa a Balaídos. Acababa de marcar los dos goles perfectamente ejecutados. En el primer disparo mezcló potencia y posicionamiento con el empeine exterior y en el segundo la fuerza y dirección solo para cruzar el balón en la esquina. Simeone no hizo su exaltación expansiva con el segundo gol, pero agitó la mano derecha con admiración, con ese gesto que manifiesta «qué barbarie». E inmediatamente lo cambió porque ya había hecho su trabajo. Correa resolvió en el estreno ante el Celta la preocupación que tenía su técnico por el gol con la mirada puesta en la primera temporada. Le dio la fuerza que lo perturbaba. Además, jugó más minutos de los que pensaba el propio Correa, que esperaba un inicio de curso más tranquilo. Una semana antes del inicio del campeonato, con Luis Suárez en plena vigencia, y sin haber cerrado en el mercado al delantero que reclama, ya fue un alivio para el técnico argentino comprobar el estado de forma de Correa en el pin con el Feyenoord. En la media hora que jugó marcó un gol y arrastró al equipo.
Para el alero no ha existido un plan de integración tan rígido como el de las últimas selecciones nacionales que entraron al grupo para su participación en la Eurocup o la America’s Cup. Trippier, Luis Suárez y De Paul empezaron en el banquillo. Correa volvió a ser el mismo militar fiel a Vigo que aceptó sin hacer muecas para jugar por la banda derecha, aunque con tranquilidad afirmó que el Cholo le daría 90 minutos cerca del área. Fueron tiempos difíciles después de una operación a corazón abierto. Aceptó ser un peón con alma de alfil. Parte del público y de la crítica le regañaba que las comedias que imaginaba y realizaba a toda velocidad no iban acompañadas de buenos controles, regates o tiros precisos. Su defensa no fue para dejar de intentarlo.
Maduro
Todo esto estuvo a punto de provocar, hace dos veranos, su salida hacia Milán. Sintió que podía jugar más minutos y el técnico estaba dispuesto a sacrificarlo por Rodrigo Moreno. La operación se detuvo porque el club italiano rebajó su oferta inicial. «No quiero estar ahí, quiero jugar en el Atlético», repitió Correa. En definitiva, fue el jugador que más actuaciones dio a Simeone en la búsqueda del cuarto centrocampista ofensivo (Gaitán, Vitolo, Carrasco, Lemar). El técnico no ha encontrado otro que se haya sacrificado tanto. Además, con mayor o menor regularidad y cantidad, firmó algunos goles y algunas asistencias, aunque jugara fuera de posición. A medida que terminó adaptándose, Correa también comenzó a aumentar el volumen de acción ofensiva decisiva.
La temporada pasada ya jugó todos los partidos de liga y sumó nueve goles y once asistencias en todas las competiciones. El paso adelante dado por Simeone le permitió jugar cerca del área. «Es más maduro en el campo», le dicen al club. Fuera ya lo estaba, como cabeza de familia numerosa y humilde que fue traído a Madrid y que cuida desde que ganó su primer sueldo futbolístico cuando tenía 10 años.
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